Viaje a Berlín VS Coronavirus
- Jana Recio
- 6 may 2020
- 2 Min. de lectura
Actualizado: 22 may 2020
Aterricé en Berlín un martes 10 de marzo, justo unos días antes de que se estableciera el estado de alerta en España. Pensaréis que este acto pudo ser irresponsable por mi parte, pero creo que nadie era realmente consistente del peligro que suponía esta situación.
Tal y como comenté en el primer post sobre la crisis sanitaria que vivimos, los días previos al viaje seguí viviendo en un mundo paralelo. Aunque el virus estuviera más que presente en Europa no creía que fuera una amenaza real sino más bien una exageración.
A pesar de esto, el pequeño miedo e incertidumbre que ya se iba implantando hizo que lo tuviera "algo" en cuenta. Así que guantes, mapas y gel desinfectante en la maleta puse rumbo al aeropuerto.
Allí me llevé una sorpresa. Ni en Madrid ni en Berlín hubo ningún tipo de procedimiento de control diferente por el coronavirus. En ese momento, pensé "pues entonces no es para tanto, ¿no?".
Durante mi estancia en la capital alemana, el ambiente era el normal en esas fechas. O eso me supuse. La gente hacía vida normal. Pensé que la ciudad tampoco estaba muy abarrotada. No sabía si era por la época del año en la que estuve o si era realmente por la COVID-19. Pero igualmente seguí haciendo turismo tal y como si no pasase nada.
Por sacar la parte positiva, esta situación hizo que pudiera disfrutar de los espacios abiertos en los que había poca aglomeración y de los museos prácticamente vacíos. ¡Todo un lujo!
Sin embargo, pude ser testigo de los primeros latigazos del virus a nuestra forma de vida. Algunos museos cerraron sus puertas, lo cual para cualquier turista supone un fastidio. Pero he de decir que solo fueron dos de los que tuve en mente visitar.
Pero esa semana fue crucial, y cada día que pasaba la situación empeoraba por segundos. Fue tal la rapidez de los hechos que al tercer día de viaje (en un principio iban a ser seis días) tuve que plantearme una decisión nunca jamás experimentada. ¿Volver a casa o arriesgarme a seguir el viaje?
Al final, y aunque al principio me costó mucho (soy muy cabezota) opté por la mejor solución ante la duda de que pudiera quedarme tirada en otro país sin saber cuándo podría volver a casa.
La vuelta a casa fue triste por no poder haber disfrutado al 100% del viaje pero con una sensación de estar haciendo lo correcto.
Podría decir que el coronavirus ganó la primera batalla, pero no la guerra.
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